México ha puesto en marcha una de las iniciativas más ambiciosas de su historia reciente: la reforma del sector energético. El presidente, Enrique Peña Nieto, presentó el pasado lunes su propuesta para abrir al capital privado la producción de hidrocarburos y poner fin a 75 años de monopolio estatal.

El asunto toca la fibra más íntima del país, que conmemora cada año la expropiación petrolera de 1938 como símbolo del orgullo patrio. Pero este bagaje sentimental ha acabado convirtiéndose en un lastre para el desarrollo. La estatal Pemex es un gigante obsoleto y afectado por la corrupción. Baste señalar que la producción petrolera se ha reducido en una cuarta parte en los últimos diez años. Y que México, que cuenta con enormes reservas de hidrocarburos, debe importar ya gas y gasolina.

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